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La Biblia nos enseña que la fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve (Hebreos 11:1). Es a través de la fe que somos salvos y podemos vivir una vida que honra a Dios. Pero, ¿Qué es la fe y cómo podemos desarrollarla en nuestra vida cotidiana?
La fe se manifiesta en la vida diaria de un cristiano a través de una combinación de actitudes y acciones como paz, amor, perdón, humildad, generosidad, autocontrol, obediencia, gratitud, esperanza, perseverancia y paciencia.
Vivir por fe implica confiar en Dios y en sus promesas, conocer su Palabra, orar constantemente, confiar en Él en medio de las dificultades y actuar de acuerdo con nuestra fe. La fe nos permite vivir una vida plena y significativa, confiando en que Dios tiene un plan perfecto para nosotros.
La fe es un poderoso recurso en la vida, proporcionándonos esperanza, fortaleza y un sentido de propósito y significado. A través de nuestras creencias personales y la influencia en nuestras decisiones, la fe moldea nuestra perspectiva del mundo y nuestra forma de interactuar con los demás.
Cultivar una fe fuerte y profunda te permitirá enfrentar los retos de la vida con confianza, esperanza y determinación. No basta con orar “de vez en cuando” y esperar grandes resultados en tu vida. Para cultivar una fe fuerte es necesario vivir la Palabra de Dios a diario.
La fe, si es verdadera, si es real, se convierte en amor; se manifiesta en frutos de caridad, misericordia, simpatía y compasión por la gente. Si no amamos nuestra fe se marchita. Es pura retórica, mera declaración verbal, sin valor para Dios y para su reino.
Hay tres actitudes que contribuyen a cultivar la relación con Dios y, por ende, fortalecer la vida de fe. Estas tres actitudes son: la obediencia, el amor y la devoción por la palabra de Dios. Tan fuerte e íntima como sea nuestra relación con Dios, así será nuestra fe.